A distancia (🇨🇴🇲🇽)

            Hoy, es difícil para mí elegir las palabras adecuadas para describir cómo me siento, pero he decidido no rendirme y escribir para aliviarme. Y para contarlo.

            Tenía ganas de hacer un balance del primer aniversario de mi blog, ¡que se celebró hace dos semanas!
A través de estas líneas, me gustaría compartir con ustedes el punto de inflexión que conoció mi vida después de varios meses de silencio.

¿Por dónde empezar?
Intentaré explicar.

            Esta pregunta me ha perseguido desde que regresé a Francia.
¿Cómo puedo contar mi historia, sin verme como otra “chica de” a quien sus padres le financian todos sus deseos más locos?
¿Cómo transmitir mis alegrías, miedos y mi aprendizaje al otro lado del mundo, sin parecer arrogante y presumida?
Me armo de valor y espero sinceramente que entiendan el mensaje que quiero comunicarles.

            Decidí abrir este blog el lunes 10 de febrero del 2019. Un mes después de mi regreso a Colombia, en el marco de mi segundo semestre de intercambio universitario. En ese momento, acababa de regresar de México, que tuve la oportunidad de visitar por primera vez.
Fue un periodo complicado, no sólo emocionalmente, sino también físicamente. El blog era mi escapatoria perfecta; y pues, qué bueno, porque lo estaba pensando desde meses.

            Escribir siempre ha sido un gusto mío, a veces una necesidad, o solo un pasatiempo. Nunca he tenido problemas con la redacción. Sorprendentemente, las palabras me llegan con facilidad, no importa el tema.
Tener el poder de dejar por escrito mis pensamientos más complejos.
El poder de liberarme para seguir adelante.
Y sobre todo, que no solo me sirva a mí, sino también a los demás en sus pasos.

            Las complicaciones se manifestaron al empezar la estructuración y a pensar el blog. Está bien escribir para aliviarse, ¡pero contar para transmitir su experiencia es mejor!

            Así que me enfoqué en mi entorno externo. En mis artículos, retraté Colombia como la veía yo día a día. Un tesoro de los Andes. Una tierra poco conocida, presa de su reputación pasada, por lo que se le dificulta dar un paso “pa’lante”. Una promesa de confianza para el futuro.
Espero haberles aminado a aprender más sobre este país. Me marché el 17 de junio del 2019. Desde el fondo de mi corazón, deseo regresar allá algún día para sentir de nuevo esa energía tan especial, esa esencia que lo caracteriza. Esta voluntad no sólo de sobrevivir, sino aparte de vivir y disfrutar la vida.

            De hecho, guardo en un rincón de mi cabeza varios temas de artículos sobre Colombia, que compartiré con ustedes en breve.

            Ahora que escribo estas palabras, ya pasaron dos semanas desde el lunes 10 de febrero del 2020.

¿Qué pasó?
Todo cambió.

            Una expresión coloquial francesa dice: « el césped siempre es más verde allá ».
Nunca le había prestado mucha atención antes de mi intercambio.
Estaba en casa, en mi pequeña habitación que decoré y arreglé a mi gusto, rodeada de mi familia, mis amigos, con mis hábitos diarios.
No me preguntaba nada, así funcionaba, y ya está.
¿Por qué querer cortar una rutina que tenía durante varios años, por qué querer salir de una seguridad diaria, por qué querer barrer un ambiente pacífico que había mantenido como si nada?

            Al final, tal vez la distancia era lo que necesitaba.
Porque nadie me influenció en mi elección, nadie me dijo nada, y elegí Colombia, así, de la nada.

Estaba escrito, quizá
Una segunda vida allá
Qué idea tan descabellada
Casi absurda
Y pues, ¿quién lo hubiera pensado?
Lo disfruté tanto
Que me sentía desgarrada
Al pensar en mi ida.

            Entonces, mi mirada se fijó en México.
Mi corazón no lo podía soltar, una doble historia de amor vio la luz.
La distancia, mi batalla más importante.
La idea que floreció en mí de poder vivir unos meses más en el continente latinoamericano, en unas tierras llenas de historia, quizás las más misteriosas de todo el continente, me llenó de felicidad, de alegría, de motivación. Como si fuera un rayo de sol asomándose tímidamente en invierno.

            Así que, no, no todo en México era mejor y más bonito que en Colombia.
Sin embargo, lo pensé al principio.
Diría una mentira si lo afirmara.
En realidad, siempre había una parte de mí que extrañaba mi vida en Francia, en los momentos de tristeza, cuando temía por mi seguridad, o cuando estaba aburrida.

            Mi pequeña vida que me había construido, donde todo estaba tranquilo y seguro.
Una vida que se quedó en el otro lado del Atlántico. Un cotidiano que me parecía haber abandonado atrás « cobardemente », como si lo hubiera dejado en pausa.
El no sentirse en sus tierras – sobretodo no sentirme extranjera y bastante ilegítima a mi lugar de residencia de hecho – ya no era ni siquiera algo pasajero, sino que se estaba convirtiendo en una sensación habitual.
El deseo de disfrutar de la comida a la que estaba acostumbrada, de reunirme con mi familia y seres cercanos que ya me conocían.
No tener que demostrar cada día quién soy y por qué estoy allá.
¿Volver a vivir una vida “normal”?

            ¡Dios mío! Qué arrogancia.
¿Cómo me atrevo a criticar la oportunidad que me dio mi familia de vivir una segunda experiencia tan enriquecedora y arrebatadora en el extranjero?
En estas tierras con una belleza excepcional, en compañía de locales auténticamente amigables, adoptando una cultura tan exótica como maravillosa.
Lo disfruté tanto que al final, me sentí como en casa. Adopté su manera de hablar, sus costumbres, su comida, sus horarios, su estilo de vestir (no todo el tiempo…), y a veces incluso su forma de pensar.
Me sorprendí a volverme más optimista, a ver el lado bueno de las cosas, a valorar lo que tengo, sin querer siempre más.
Estudié, y luego hice parte del mercado laboral en dos países de América Latina. Creo que aún hoy, no me doy bien cuenta de lo afortunada que fui.
Ese año y medio en América Latina me puso patas arriba y cambió totalmente mi visión de la vida. Fue un verdadero renacimiento, en todos los sentidos. Por primera vez, me sentí entera. Completa. Yo misma, con una razón de vivir.

            Por eso, me había resignado a pensar en mi regreso a Francia.
Ya no quería esta vida indolente, en la cual me dejaba vivir con mi familia, mis amigos, en mi ciudad, en la universidad. Había entendido que ese no era el objetivo.
Que, en México, la distancia no había ninguna.
Que la rutina tenemos que romperla, todos los días.
Había experimentado una felicidad inconmensurable al otro lado del Atlántico, ya no podía dejar que mi vida pase y verla como una mera observadora.

            Así que inicié una transformación en mi estado mental.
Por un lado, la vida allá me parecía difícil, por zonas grises que no podía ocultar. Inseguridad diaria, pobreza, condiciones insalubres, corrupción, violencia, desapariciones constantes, asesinatos, feminicidios, robos y otros horrores en masa.
Es normal tener miedo, e incluso, a veces, temer por su propia vida en un clima así, incomparable al que conozco en Francia.
Así que uno aprende a tomar las medidas necesarias para protegerse, a anticipar, y sobre todo a no rendirse.
Y pensar que, en varias ocasiones, me dejé abrumar por un sentimiento de impotencia…

            En resumidas cuentas, al tomar distancia, me doy cuenta de que ambas experiencias de un año y medio me enseñaron un montón.

  • La expatriación es la mejor solución para emanciparse y madurar, tanto personal como profesionalmente.
  • Permite un proceso de auto cuestionamiento, una profunda introspección de la persona ante el nuevo entorno, así como la ausencia de los seres queridos.
  • Una vez que la experiencia se acaba, uno nunca se siente completamente en casa de nuevo, porque parte de su corazón siempre estará en otro lugar. Este es el precio que se paga por la oportunidad de vivir y amar a la gente en más de un lugar (palabras de la antropóloga Miriam Andeney).

            Ahora, me siento culpable.
Culpable de no haberme adaptado más rápidamente. Al principio, renuncié a hacer varias cosas. Y hacia el final, entendí. Armándome de valor, pasé página y viví los mejores momentos de mi estancia. El miedo ya no me controlaba, y finalmente pude disfrutar plenamente.

            Nostálgica.
Nostálgica por haber comenzado esa relación a distancia y por sentir constantemente que no estoy totalmente completa.
Este no sé qué que me hacía falta, lo encontré a 10.000 kilómetros de distancia. Allá estaba, esperándome. ¿Quién lo hubiera pensado? Ahora que lo conseguí, nunca lo podré soltar.
América Latina me insufló un nuevo aliento, me regaló lo más preciado: saber quién era yo y quién quiero ser.
Así es por qué ya no me siento completamente en casa en el viejo continente. Los flashbacks marcan mi cotidiano. La veo en todas partes: en mis fotos, en mi música, en mis sueños, en los recuerdos que traje. Y cada vez, una punzada más en mi corazón.

            Pero fuerte y con confianza.
Creo en el futuro. Sé que me trae lo mejor y que todas estas aventuras no se han acabado.
Me di cuenta de que algo nunca sucede por casualidad. Siempre habrá un segundo paso que sigue, y así sucesivamente. La medicina para curar mi pena de amor se llama viaje.
Dentro de poco, por fin podré volver a pisar América Latina y olvidarme de esa Marina incompleta.

            Una relación a larga distancia sí, pero, al fin y al cabo, solo por un tiempo.

Marina

Votre commentaire

Entrez vos coordonnées ci-dessous ou cliquez sur une icône pour vous connecter:

Logo WordPress.com

Vous commentez à l’aide de votre compte WordPress.com. Déconnexion /  Changer )

Photo Facebook

Vous commentez à l’aide de votre compte Facebook. Déconnexion /  Changer )

Connexion à %s